En esta pieza de Helena Lorenzo, un árbol solitario se erige majestuoso sobre un campo vibrante, sus ramas y raíces extendiéndose como símbolo de vida y crecimiento perpetuo.
El cielo al fondo, teñido de cálidos tonos anaranjados y amarillos, contrasta con el verde exuberante del campo, creando una atmósfera de serenidad y esperanza. La técnica empleada, con trazos detallados y una paleta de colores cuidadosamente seleccionada, revela la destreza de la artista y su habilidad para evocar emociones profundas a través de su arte.
Este cuadro invita al espectador a reflexionar sobre la resiliencia y la fortaleza que se encuentran en la naturaleza, y cómo estas cualidades pueden inspirarnos en nuestra propia vida.